lunes, 18 de agosto de 2014

Lucia di Lammermoor - Acto II

Para leer el primer acto, pulsa aquí.

Estamos ahora en el castillo, ha pasado un tiempo, y vemos a Enrico y a Normanno, en plan conspirador. Enrico ha organizado la boda de Lucia para su propia conveniencia y teme que la otra se le ponga chula y le mande a tomar porridge o alguna otra exquisitez local. Además, nos enteramos de que el hermanito y el otro se las han ingeniado para evitar que las cartas de Lucia le lleguen a Edgardo y que las cartas de Edgardo le lleguen a Lucia, y no solo eso, sino que han falsificado una carta en la que se cuenta que Edgardo ama a otra. Vamos, que no se puede ser peor, menuda familia. 

Enrico y Normanno, venga a conspirar

Aparece Lucia, pálida y con paso vacilante, porque ayer salió un instante a contemplar la luna y ha acabado cerrando todos pubs de las Highlands, en donde es conocida como "Lucia de Lammer...mucho". Para disimular el resacón, le dice a su hermano que el malestar le viene por su crueldad al obligarla a casarse con alguien a quien no ama. Enrico, en plan magnánimo, le dice que la culpa es suya por liarse con quien no debía, y que la natural ira que el descubrimiento le había producido le había obligado a ser cruel con ella, pero que la perdona y que ahora le ha conseguido un maridito estupendo con una magnífica posición. Lucia le recomienda un par de posiciones en las que se pueden poner él y el dichoso pretendiente, y le lanza la bomba: le ha jurado fidelidad a otro hombre. Enrico inmediatamente se interesa por la legalidad de dicho juramento y por el grado de intoxicación alcohólica de su hermana a la hora de hacerlo. En el segundo punto se lleva un chasco: la mozuela le dice que se había bebido la ración diaria recomendada en la dieta estándar de las jovencitas casaderas escocesas, es decir, catorce whiskies. Con el primero, en cambio, respira un poco, porque resulta que como Edgardo tuvo que partir precipitadamente para Francia, él y Lucia no tuvieron tiempo de ir al notario, o mejor dicho, sí que tuvieron tiempo pero lo perdieron dándose el lote, y además el notario estaba en el pub (vamos, no en el que tiene la oficina sino en otro), así que no tuvieron tiempo de legalizar el juramento en cuestión. 

Lucia, dispuesta a entrevistarse con su hermano.

Enrico saca ahora su arma secreta: la falsa carta que relata, con todo lujo de detalles,  las múltiples amantes que Edgardo ha tenido en Francia, y ya en plan morbo, todo lo que ha hecho con ellas. A la pobre Lucia le da un chungo que para qué, pensando que su Edgardo, que poco más que le rozaba tímidamente la mano, se ha convertido en Francia en todo un scottish lover. En ese momento se oye como un clamor que se acerca, y resulta que es el cortejo que trae a Arturo, el futuro esposo.  Lucia se siente morir, y jura y perjura que prefiere hacer oposiciones a secundaria antes que traicionar el juramento que le hizo a su amorcito. Edgardo se pone borde y le dice que se deje de chorradas, que desde el fracaso de la fábrica de gaitas gallegas está más arruinado que la cara de Mickey Rourke, y además su popularidad social tampoco atraviesa su mejor momento desde que se descubrió que la ONG que había fundado para colaborar con los inmigrantes no tenía más que un colaborador, que era él, y que la colaboración que establecía con los inmigrantes estaba considerada contra natura en 2498 municipios de las Midlands, así que su única oportunidad de remontar un poco es que su querida hermanita es que se case con el tal Arturo, que está montadísimo y es el rey de las tendencias. Y como se le ocurra dejarle mal, se le aparecerá en sueños por toda la eternidad haciendo ruidos raros. 

Lucia, un poco menos animada después de la entrevista.

Se va Enrico a buscar a Arturo, y aparece Raimondo, el capellán, que ha estado intentando ayudar a Lucia a que sus cartas llegasen a Edgardo, pero como no han recibido respuesta del maromo, da por sentado que le ha sido infiel, así que se pone en plan mística flor y le dice a Lucia que apechugue y se case con Arturo, que si bien su vida estará llena de inimaginables sufrimientos, en el más allá se verá recompensada, y vivirá la gloria eterna en premio a sus sacrificios. Más carca no se puede ser, eso está claro, pero Lucia, atribuladísima y desesperadísima, cede a la presión y se dispone a ir a su boda como quien va a su autopsia. 

Cambiamos de escena y estamos en una gran sala en la que se va a celebrar el recibimiento. Aparece allí hasta el gato: Enrico, Normanno, Arturo, caballeros y damas, parientes, pajes, soldados, habitantes de Lammermoor y criados, que ya llevábamos un rato sin ver una escena con mucho mambo. Llegan todos, además, a paso ligero, encantados de la vida, y dando grandes muestras de entusiasmo, para dar la bienvenida a Arturo, que parece que llegue el mismísimo santo advenimiento. Entra el propio Arturo, y confunde un poco a todo el mundo porque no hace más que querer darle la mano a Enrico y echarse en sus brazos, con lo que todo el coro empieza a preguntarse si a este chico le han explicado bien lo del matrimonio y tal, pero parece que no, que todo está en orden y que solo es una varonil exaltación de la amistad, porque inmediatamente pregunta por Lucia. Enrico, por cubrirse un poco las espaldas, le dice que la chiquilla aún llora la pérdida de su madre, pero Arturo sabe perfectamente que la madre lleva un montón de años más muerta que carracuca, así que no cuela mucho. 

El coro pasándose tres pueblos con la bienvenida.

Entra entonces Lucia, y si antes llegaba hecha una facha, ahora ya parece directamente que venga de una serie de zombies escoceses, hasta el kilt lo lleva mal puesto, más que pálida está morada, y tiembla como una pobre mujer de la vida, con lo que Arturo empieza a sospechar que a la chica igual la idea del matrimonio no es que la vuelva precisamente loca. Pero da igual, porque su hermano la tiene amenazadísima con revelar que usa bragas color carne, así que a ella no le queda más remedio que firmar todo lo que le pongan por delante. Y en el momento en que acaba de firmar, se oye un estrépito, un alboroto, un rifirrafe, un escándalo, en suma, y es que, como ya nos imaginábamos, llega nada menos que Edgardo. Viene de Francia el muchacho y se las ingenia para aparecer justo en el momento culminante, vamos, eso sí que es sincronización, qué tío el Edgardo. Y claro, es aparecer y organizarse una de muchísimo cuidado, y todos hacen lo más normal en estos casos, que es quedarse quietos cantando cada uno en un aparte, hasta el coro hace un aparte, el arte del aparte se podía llamar la escena. Todos cantando lo turbados y estupefactos que están y ninguno se mueve, todo muy normal. 

Edgardo, presentándose con lo primero que encontró en el armario.


Cuando por fin el director da un zapatazo en el suelo y todos espabilan, llegan la confusión y el espanto. Arturo y Enrico amenazan a Edgardo, Edgardo amenaza a Arturo y Enrico, el coro, que tiene ganas de marcha, mete cizaña, y allí se va a armar la de San Quintín. El único que consigue poner un poco de paz es Raimondo, el capellán, que les dice a todos que se callen la boca, que está harto de tanto griterío y como no se callen se pone a cantar misa concelebrada allí mismo. Hecho el silencio, Edgardo afirma que viene a reclamar sus derechos, pues Lucia le hizo el famoso juramento de fidelidad, y cuando le dicen que acaba de firmar el acta de matrimonio, no se lo puede creer, porque venirse desde Francia, nada menos, para encontrar que tu amor acaba de casarse con otro es un verdadero papelón, no me digan ustedes. Total, que se pone como una fiera a llamarla infiel y traidora y malvada y está a punto de llamarla celulítica, pero como de eso no tiene pruebas porque Lucia no se ha quitado el kilt desde la víspera de la invasión normanda, pues tampoco quiere arriesgarse a levantar un falso testimonio. Lo que sí que hace es arrojarle el anillo que ella le dio, y exigirle el suyo, y salir por patas, porque todos los otros ya le están persiguiendo entre acordes desenfrenados de la orquesta mientras cae el telón.

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