jueves, 7 de agosto de 2014

Lucia di Lammermoor - Acto I

Lucia (pronúnciese Luchía, a la italiana, si uno no quiere quedar como un pobre cateto completamente out) es una chica escocesa, y como tal, tiene todas las características típicas de las chicas escocesas, a saber: viste pesados kilts sin atisbo de ropa interior debajo, bebe whisky (escocés) las veinticuatro horas del día, y luce una larga barba pelirroja que le llega hasta la cintura y que nunca se afeita porque las chicas escocesas son muy femeninas y afeitarse les parece cosa de hombres. Además de estas características, como ya hemos dicho comunes a todas las chicas escocesas, Lucia tiene otra característica propia, y es que es una hembra de armas tomar. Solo así se explica que para cuando empieza la ópera ya sea capaz de estar enrollada con el peor enemigo de su familia, que lo de la muchacha también es tener tino a la hora de elegir novio. Un cuadro, vamos.
Lucia, en una época en la que tuvo que afeitarse la barba por un problema de psoriasis escocesa.


Y hablando de cuadros, la ópera propiamente dicha comienza con un coro de cazadores que van a cazar la verdad, o eso dicen, al mando de Normanno, que es el jefe de la guardia del castillo. Detrás va Enrico, que está desesperado de la vida, porque su fortuna va de mal en peor. Resulta que al chico, que es un emprendedor nato, no se le había ocurrido otra cosa que montar una fábrica de gaitas. Las perspectivas eran halagüeñas, porque todo el mundo sabe que los escoceses están todo el santo día tocando la gaita. Pero resulta que las gaitas que fabrica la fábrica de Enrico son gaitas gallegas, y en Escocia las gaitas gallegas no están nada bien vistas, porque a ellos las que les gustan son las gaitas escocesas, que para eso están en Escocia. Y el pobre Enrico, como ya hemos dicho, está desesperado. Y aún más porque la única que le puede ayudar, casándose con un pretendiente que ya le tiene buscado, su hermana Lucia, le dice que nones. Raimondo, el capellán, le dice que es normal que la chica no tenga ganas de galanteos si aún está llorando la muerte de su mamá, acaecida solo diecinueve años antes, pero es Normanno el que les saca de su error, diciéndoles que Lucia arde de amor como solo arden de amor las chicas escocesas. 

Enrico, preguntándose qué ha hecho él para merecer esto.

Resulta que un día en que Lucia se dirigía a la tumba de su madre, que en vez de estar enterrada en un cementerio normal estaba enterrada en un recóndito lugar del bosque, que también son ganas de enterrar a la gente en sitios raros, se vio atacada por un toro que se había escapado de la quinta corrida de la feria de Glasgow. La muchacha temió por su vida, pero de pronto sonó un disparo que acabó con la vida de la hermosa bestia. Vamos, del toro. El autor del disparo era un enmascarado, y Lucia, como es natural, quedó inmediatamente enamorada hasta las trancas y sigue viéndose con su salvador todos los días. Y lo peor es que Normanno sospecha que el enamorado no es otro que Edgardo, el gran rival de Enrico, su enemigo mortal, su némesis. Cuando Enrico ya se está descoyuntando vivo de la impresión, vuelve el coro dando saltitos escoceses y confirma todas las sospechas: Edgardo y Lucia se ven a escondidas. A Enrico le da un padentro de la rabia que siente, y jura venganza, y todos se ponen como las locas de lanzar juramentos y expresiones de horror antes de hacer mutis por el foro.

El coro, dándolo todo

En la siguiente escena, estamos en el jardín, está anocheciendo, y todo es como de película de terror, con su fuente desbordada, su edificio gótico abandonado y su par de figuras que avanzan en la semioscuridad. Son Lucia y su acompañante, Alisa, que van al encuentro de Edgardo, y como son personajes de una ópera romántica, avanzan con cautela, agitadas y poniendo caras raras. Para que todo resulte más alegre, lo primero que hace Lucia es contarle a Alisa que en esa fuente un antepasado celoso mató a su mujer, y que el fantasma de la pobre desventurada se le ha aparecido y le daba la impresión de que la estaba llamando. Alisa le recomienda que se matricule en un cursillo de habilidades sociales que van a impartir en la parroquia, y también que se deje de amores imposibles que no pueden conducirla más que a un insoslayable desastre. Pero Lucia es obstinada, como todas las chicas escocesas, y le dice que no sea pesada, que la ha traído para que le de un poco el aire, pero que como se ponga tonta la manda de vuelta al castillo de un bofetón. Alisa se lamenta de la ceguera de su señorita y se va a vigilar la puerta, porque ya se acerca Edgardo.

Lucia y Alisa, preparándose para su excursión nocturna.

Llega, en efecto, Edgardo, y así, en plan saludo despreocupado le dice a Lucia que al día siguiente tiene que marcharse urgentemente a Francia a tratar de asuntos que afectan a la suerte de Escocia. Lucia se queda muerta, claro, y lo primero que hace es preguntarse qué asuntos son esos tan importantes, si Edgardo, por muy loca de amor que ella esté por él, es un mindundi y eso lo sabe hasta el gato que está triste y azul. Pero, como buena heroína romántica, no se entretiene en interrogatorios de pésimo gusto cuando tiene una ocasión estupenda para desesperarse como una posesa. Edgardo le dice que tiene la intención de presentarse ante el hermano de Lucia, Enrico, y pedirle su mano (la de Lucia, claro) para así sellar la paz entre ambos. Pero Lucia le dice que va listo si espera que su hermano acepte, y entonces Edgardo nos cuenta que Enrico mató a su padre y le despojó de su fortuna, porque él también había invertido en la dichosa fábrica de gaitas y cuando el negocio se torció, Enrico se presentó un día en su casa y mató a su padre para ver si así se le quitaba el estrés. Y desde entonces, claro, son enemigos mortales, pero estaba dispuesto a dejar su enemistad por el tremebundo amor que siente por Lucia, que no deja de ser su hermana. 


Viendo que su plan de pedir la mano de Lucia tiene todavía menos posibilidades de éxito que lo de las gaitas gallegas, y que la propia Lucia está a punto de sufrir un ataque de algo gordísimo por la pena tan grande que siente, Edgardo le propone que hagan un voto secreto, con Dios como único testigo, de fidelidad mutua. Él saca un anillo que llevaba por casualidad en el bolso, y ella le da otro, y hacen el solemne juramento. Cuando llega por fin el momento de separarse, los dos se desesperan y están un montón de tiempo repitiéndose el juramento, asegurándose que nunca se olvidarán, y que se escribirán, y que pensarán el uno en el otro todo el santo día, y que estarán siempre juntos, y al final es el director de la orquesta el que tiene que cortar porque está de ellos hasta el kilt y quiere que llegue el entreacto para irse a comer un pincho de tortilla escocesa. 


Lucia y Edgardo intercambiando los votos.

1 comentario:

  1. La parte gráfica ayuda enormemente a entender las situaciones a los que tenemos dificultades lectoras significativas.

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