sábado, 27 de septiembre de 2014

Norma - Acto I

Norma es una de esas sacerdotisas druidas que no soporta estar más de cinco minutos sin practicar un sacrificio humano. Pero como los sacrificios humanos últimamente están muy mal vistos, se desahoga teniendo una aventura secreta nada menos que con Pollione, que es el odiado procónsul romano. Resulta que los romanos han invadido la Galia, y claro, los galos están que trinan, y todo lo que quieren hacer es vengarse muchísimo del detestado invasor. Pero, para su desgracia, la encargada de leer los designios del dios Irminsul, que así entre nosotros tiene nombre de pomada para las hemorroides, es nada menos que la propia Norma, la suma sacerdotisa.
Norma, hartita de no encontrar nada de muérdago
Y Norma, que no solo está liada con Pollione, sino que tiene con él dos criaturas como dos soles, dice que para luego se van a vengar de su amorcito secreto. De todo esto se deduce un principio fundamental que atravesará toda la ópera: los galos son completamente idiotas.Ya me dirán ustedes que si la suma sacerdotisa es capaz de tener un apasionado romance y dos niños que están a punto de irse a la mili, todo ello con el más odiado de los enemigos, y consigue que nadie se entere, ni siquiera  su padre, que a la sazón es jefe de los druidas, es que son todos idiotas perdidos, pobrecillos. 

La obra en sí comienza con Oroveso, el padre de Norma y jefe de los druidas, y los druidas propiamente dichos, reuniéndose en el bosque en torno al altar de Irminsul clamando venganza contra el opresor, y preguntándose cuándo Norma les dará la orden de atacar y vengarse de los romanos. Lo llevan claro. Salen los druidas y entran los romanos, concretamente Pollione y su amigo y centurión Flavio, que para ser romanos entran en el bosque de Irminsul como quien entra al Mercadona a comprar el pan. El caso es que, nada más entrar, Pollione le confiesa a Flavio que ya no quiere a Norma, con la que tiene dos hijos, porque se ha enamorado de otra. De otra sacerdotisa druida, claro, no se va a enamorar de una dama romana y se nos acaba la ópera. La joven y virginal Adalgisa ha conquistado su corazón y lo único que le detiene es el pánico que le tiene a Norma, que menuda es. Incluso le cuenta un sueño que ha tenido en el que Norma se venga horrorosamente de él, de Adalgisa, de sus hijos y hasta del lucero del alba. 
Pollione, jugando a las rimas


Entran ahora los druidas y salen los romanos, que parece que tienen todos el horario muy bien estudiado. Aparece por fin Norma muy en plan "yo soy la suma sacerdotisa y hago lo que me sale de la túnica", y todos le preguntan cuándo podrán por fin cargarse hasta al último romano. Norma, haciéndose la inspirada, les dice que esperen sentados por si se cansan, que aún no ha llegado el momento, y que si intentan cualquier acto de rebelión serán pero que muy derrotados por el ejército enemigo. Ni que decir tiene que la inspiración para decir todas estas paridas no le viene a ella de Irminsul sino del bajo vientre y de lo que éste siente por Pollione, pero al fin y al cabo es la suma sacerdotisa y a los galos no les queda otra que aguantarse, que para eso son galos. E idiotas. Para calmarlos un poco les canta la Casta Diva, que como es tan bonita les ayuda a resignarse a la idea de que de pasar al enemigo a cuchillo, nada de nada. 

Tras estos y otros bonitos ritos paganos, se van todos y entra Adalgisa, la que faltaba. La pobre muchacha está hecha un lío, pues su corazón se desgarra entre el deber y la devoción hacia su dios Irminsul y el deber y la devoción que siente por el impío Pollione, que le tiene robado el sentío. O eso dice, al menos. La criaturita, en realidad, tiene un oscuro pasado sobre el que prefiere no hacer declaraciones. Para resumir, la expulsaron del instituto donde cursaba la educación secundaria gala porque se ponía tanto rímel que un día que una de sus pestañas cayó al suelo abrió un boquete por el que se colaron trece conserjes y todo el departamento de griego y latín, que estaban de francachela. Como no sabía qué hacer de su vida, decidió meterse a druida pensando que sería como meterse a puta, así que menudo chasco se llevó cuando se enteró del rollo de la virginidad de las sacerdotisas. Pero como al menos  le daban de comer caliente, decidió resignarse a una vida de placeres sencillos y solitarios y digitales. Hasta que apareció el bobo del Pollione y le hizo una caída de ojos, claro. En ese momento Adalgisa supo que había nacido para entregarse en cuerpo y alma a los placeres de la carne e incluso a los del pescado, si se terciase, y no tuvo otro pensamiento que huir con su Pollione lo más lejos posible. 
Adalgisa, viva imagen de la desesperación

En fin, que aquí la tenemos, corroída por las dudas, acercándose en solitario al altar de su dios para suplicarle que le dé fuerzas para resistir. Ella es muy de retorcerse las manos en señal de desesperación, así que esta escena le viene que ni pintada. De hecho, se retuerce las manos, se retuerce los cabellos, y cuando empieza a parecer la druida del exorcista aparece, por muy increíble que les parezca, el mismísimo Pollione, que como ya sabemos se pasea por el bosque sagrado como si fuera el particular patio de su casa. Y claro, montan la típica escena de yo te quiero, tú me quieres, no, yo no te quiero, soy de otro, sí hombre, vas a ser tú del dios ése de las hemorroides, pero yo hice un juramento, juramentos vas a lanzar cuando te pille yo a ti, vente conmigo a Roma, hijo, qué pesado te pones con tu Roma y tu Roma, que te vengas, bueno, pues vale, pues me voy a Roma. Pero en bonito, claro. 

Nos vamos ahora a la morada de Norma en el bosque, que es donde vive con los niños secretos esos cuya existencia ningún galo conoce. Por resumir la situación, la suma sacerdotisa vive en un bosque por el que pululan druidas y romanos como por Atocha en hora punta, y ningún galo se ha barruntado que tiene dos niños con Pollione. Si eso no es ser idiota, que venga Irminsul y lo vea. Bueno, pues resulta que Norma hoy está estorbadísima, y no sabe si abrazar a sus hijos o matricularlos en un colegio del opus y que dejen de marearla. Y todo porque se ha enterado de que Pollione se marcha a Roma y se teme que la abandone totalmente. En este sinvivir se debate cuando aparece Adalgisa, que en lo que podría ser considerada como la idea más brillante de la historia de los argumentos de ópera, no se le ha ocurrido otra cosa que venir a consultarle su zozobra interior nada menos que a Norma. ¿Qué podría salir mal?

Pues resulta que Adalgisa, que claro, como es gala y no Placidia precisamente, no sabe nada de los amores secretos (que para eso son secretos, claro) entre Norma y Pollione, y mucho menos que dichos amores hayan tenido dos frutos que ya se afeitan regularmente (los dos, el chico y la chica), acude a Norma como suma sacerdotisa a revelarle su propio secreto y a pedirle comprensión y consuelo. Y Norma al principio se lo da, porque no puede evitar enternecerse al recordar, gracias a la confesión de Adalgisa, el remotísimo tiempo en que ella misma fue una joven virgen e inexperta, y cómo la aparición del procónsul la volvió turulata. Vamos, que se ponen las dos bastante melifluas con lo del primer amor, y se arroban todas. Norma le dice que no se preocupe, que la comprende, que la libera de sus votos y de lo que haga falta para que corra a los brazos de su amado. Pero en amarga hiel se le transforma el dulce almíbar que chorrean sus labios en cuanto se le ocurre preguntarle a la moza quién es el objeto de sus amores. Porque, para estupor de los presentes, cuando está a punto de hacerlo es el propio Pollione el que hace una de sus ya célebres apariciones de la nada, y se descubre todo el pastel. O, mejor dicho, los pasteles, porque en este bosque hay más tomate que en Buñol el día de la fiesta. 


La escena que sigue no es apta para personas demasiado sensibles; claro que como esto es una ópera no hay ningún peligro, no porque los aficionados al género no sean el colmo de la sensibilidad, sino porque como están acostumbrados a ver día sí día no unos dramones tremebundos, pues tienen un cierto callo en el espíritu que les inmuniza ante la crudeza de los reproches que los tres personajes se lanzan en una verdadera bacanal de recriminaciones. Norma, como es lógico, se pone hecha un basilisco al descubrir que su Pollione tiene pensado abandonarla (y dejarla con los niños secretos, castigo doble), Adalgisa se indigna al comprobar que ha sido plato de segunda mesa, y Pollione no sabe cómo parar los dardos que las dos le lanzan. Intenta que Adalgisa se vaya con él, pero ella le dice que ni hablar, que él ya tiene esposa, Norma le jura venganza y odio eterno, y así seguirían los tres hasta la temporada siguiente si no fuera porque Norma recibe la llamada de los druidas, que son unos pesados y la convocan al altar del dichoso Irminsul. Pollione, desesperado, se marcha mientras cae el telón.

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